Según
varias fuentes “Arconte” proviene del griego archai, “orígenes, comenzar cosas,
anteriormente en el tiempo”. En el mundo clásico mediterráneo, arcón era
comúnmente usado para el gobernador de una provincia, o, más sueltamente,
cualquier autoridad religiosa o gubernamental. Por lo tanto, el plural,
Arcontes es a menudo traducido en los textos gnósticos como “las autoridades”.
(No hay palabra cóptica para Arconte, y así, los textos gnósticos usan el
término griego en la transcripción cóptica). Pronunciado Ar-konte. Adjetico,
Arcóntico (Ar-KON-tik). La hipóstasis (trinidad) de los Arcontes es un texto
que se ha conservado en un único testigo copto, constituyendo el tratado 4 del
Códice II de Nag Hammadi (NHC II, 4, pp. 86, 20 – 97, 23). Está precedido por
el Libro Secreto de Juan y los evangelios de Tomás y Felipe, y seguido por el
Escrito sin Título y la Exégesis del Alma.
Se
encuentra en un muy buen estado de conservación, con algunas lagunas menores.
El título aparece explícito. La traducción castellana la Hipóstasis de los
arcontes se limita a reproducir los términos griegos del título copto. Una
traducción según el significado de esos vocablos griegos sería “la realidad de
las potestades”. Otros aseguran, que los Arcontes son una especie genuina con
su propio hábitat, y pudiera incluso ser considerado ser casi divino, pero
carecen de intencionalidad (ennoia: capacidad auto-directiva), y tienen una
repugnante tendencia a salirse de sus límites, imponiéndose en el reino humano.
Se dice que los Arcontes sienten intensa envidia hacia la humanidad, porque
nosotros poseemos la intencionalidad de la cual ellos carecen.
Sobre
su posible origen, es abordado en segundo lugar y presentado como una
revelación del ángel Elelet a Norea. El ciclo teogónico explica el origen del
arconte a partir de la materia. En este momento, la voz del relato cambia a la
primera persona, y el texto asume la forma de un discurso de revelación, donde
el narrador pregunta a Eleleth sobre la naturaleza y el origen de los arcontes,
sobre su propia naturaleza y sobre la cantidad del tiempo restante hasta la
liberación escatológica de los “hijos de la luz” (97: 13-14). En sus réplicas a
las preguntas de Norea, le cuenta sobre la actividad creadora de Sofía, sobre
el abandono de Samael (el Demiurgo), hijo de Sabaot; sobre la actividad de Zoe
(la “Vida”), hija de Sofía, y el arrepentimiento de Samael. Estas revelaciones
últimas provienen de un origen diferente al del que abrió la Hipóstasis y no
están totalmente de acuerdo entre sí. El texto concluye con una discusión sobre
la venida del “Hombre Verdadero” (96: 33), el elegido, el que viene de la “Luz
incorruptible” (96: 21). La doctrina más importante de este pasaje es la
distinción entre un arconte maligno, Yaldabaot, y un arconte converso, Sabaot,
el Dios de los judíos. El tratado concluye con una evocación cristiana de la
obra del Salvador.
Según
podemos ver en este fragmento que muy pocos comprenden, ya que han profundizado
en este tipo de estudios, encontramos lo siguiente sobre la creación del
hombre: Los arcontes Los arcontes se reunieron en asamblea y dijeron: “Vamos,
tomemos tierra y creemos un hombre de barro”. Y modelaron su criatura
haciéndola completamente de tierra. Ahora bien, el cuerpo que tienen los arcontes
es de mujer, es un [aborto] de rostro de animal. Así pues, tomaron [barro] de
la tierra y modelaron [a su hombre] de acuerdo con el cuerpo de ellos mismos y
[de acuerdo con la imagen] de Dios que se les había aparecido en las aguas.
Entonces dijeron: “Vamos, apoderémonos (de esta semejanza) por medio de nuestra
hechura, de manera que ésta vea a su viva semejanza... y que la capturemos en
nuestra hechura”, sin comprender, a causa de su impotencia, el poder de Dios.
Y
sopló en su rostro: entonces el hombre pasó a ser psíquico sobre la tierra por
muchos días, y ellos no pudieron ponerlo en pie a causa de su impotencia. Como
vendavales, perseveraron en el propósito de capturar aquella semejanza que se
les había manifestado en las aguas, pero ignoraban la potencia de la semejanza.
Sin embargo, todo esto sucedió de acuerdo con la voluntad del Padre del todo. Después
de estos sucesos, el Espíritu vio al hombre psíquico sobre la tierra. El
Espíritu partió de la tierra adamantina, descendió y habitó en él. Aquel hombre
pasó a ser un alma viviente. Y le puso de nombre Adán, puesto que fue hallado
arrastrándose sobre la tierra.